Otro usuario que acude a los servicios sociales, otro caso al cual iniciar una intervención y seguimiento, por parte de la trabajadora social, para evitar así que se enquiste en una situación de precariedad y exclusión social.
Pasan los meses, pero llega igualmente una orden desde la entidad bancaria. Le informan que va a ser desahuciado.
Entra en pánico, y el bloqueo llega a tal punto que decide que la opción más factible es la de lanzarse desde un décimo piso.
Ésto ha sucedido hace escasas horas. Hoy, jueves 14 de junio, en una ciudad de la provincia de Barcelona. El hombre tenía 45 años.
Y yo, desde una posición de privilegio al estar en mi casa, todavía sigo con el estómago en un puño y las lágrimas rozándome las mejillas. No puedo evitar buscar la razón por la que su último impulso, al escuchar que llegaba la policía, fuera ese. Y a su vez, al hacer este ejercicio de empatia, todavía se me hiela más la sangre.
Cuán grande debe ser la desesperación, cuán malvado tiene que ser el sistema que permite que sucedan casos como éste, una, y otra, y otra vez. Donde las vidas no valen más que siete mensualidades atrasadas. Donde no importa que tengas personas a tu cargo, que estés enfermo o seas un persona mayor.
Este sistema es así, está ciego por el interés propio, por la avaricia de unos pocos a acaparar riqueza aunque eso implique la muerte de personas.
Qué clase de sociedad es esta que permite que existan lobbys que, a su vez, son la mano negra que mueve los hilos para que tú cada día estés más explotado, para que seas un esclavo con cadenas invisibles pero que tienen un sonido muy característico. Un sonido que chilla desesperación, pobreza, exclusión, precariedad, y en los casos más horribles, muerte.
El Estado tiene que ser un ente garantista de los derechos humanos, no puede ser cómplice de esa mano negra. Así que nosotros como sociedad, tenemos la obligación de implicarnos y ser agentes activos de cambio y presión para que los gobiernos que ostenten el cargo —prefiero no usar la expresión: «estén en el poder», pues para mi tiene unas connotaciones con las que no comulgo—, actúen en consecuencia y blinden los derechos básicos y fundamentales. Esos derechos entre los cuales encontramos, en la Constitución Española, el de:
«Artículo 47: Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada.»
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